EN KA

Under the shadow of a tree

De Poemas Humanos

Cesar Vallejo




*


Considerando en frío, imparcialmente,

que el hombre es triste, tose y, sin embargo,

se complace en su pecho colorado;

que lo único que hace es componerse

de días;

que es lóbrego mamífero y se peina...



Considerando

que el hombre procede suavemente del trabajo

y repercute jefe, suena subordinado;

que el diagrama del tiempo

es constante diorama en sus medallas

y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,

desde lejanos tiempos,

su fórmula famélica de masa...



Comprendiendo sin esfuerzo

que el hombre se queda, a veces, pensando,

como queriendo llorar,

y, sujeto a tenderse como objeto,

se hace buen carpintero, suda, mata

y luego canta, almuerza, se abotona...



Considerando también

que el hombre es en verdad un animal

y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza...



Examinando, en fin,

sus encontradas piezas, su retrete,

su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo...



Comprendiendo

que él sabe que le quiero,

que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...



Considerando sus documentos generales

y mirando con lentes aquel certificado

que prueba que nació muy pequeñito...



le hago una seña,

viene,

y le doy un abrazo, emocionado.

¡Qué mas da! Emocionado... Emocionado...


1934/35




Grandeza de los trabojos vulgares


Y no me digan nada,

que uno puede matar perfectamente,

ya que, sudando tinta,

uno hace cuanto puede, no me digan…



Volveremos, señores, a vernos con manzanas;

tarde la criatura pasará,

la expresión de Aristóteles armada

de grandes corazones de madera,

la de Heráclito injerta en la de Marx,

la del suave sonando rudamente...

Es lo que bien narraba mi garganta:

uno puede matar perfectamente.



Señores,

caballeros, volveremos a vernos sin paquetes;

hasta entonces exijo, exijiré de mi flaqueza

el acento del día, que,

según veo, estuvo ya esperándome en mi lecho.

Y exijo del sombrero la infausta analogía del recuerdo,

ya que, a veces, asumo con éxito mi inmensidad llorada,

ya que, a veces, me ahogo en la voz de mi vecino

y padezco

contando en maíces los años,

cepillando mi ropa al son de un muerto

o sentado borracho en mi ataúd...



1931/32




*

Hoy me gusta la vida mucho menos,

pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.

Casi toqué la parte de mi todo y me contuve

con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.



Hoy me palpo el mentón en retirada

y en estos momentáneos pantalones yo me digo:

¡Tanta vida y jamás!

¡Tantos años y siempre mis semanas!...

Mis padres enterrados con su piedra

y su triste estirón que no ha acabado;

de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,

y, en fin, mi ser parado y en chaleco.



Me gusta la vida enormemente

pero, desde luego,

con mi muerte querida y mi café

y viendo los castaños frondosos de París

y diciendo:

Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... y repitiendo:

¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!

¡Tantos años y siempre, siempre, siempre!



Dije chaleco, dije

todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.

Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado

y está bien y está mal haber mirado

de abajo para arriba mi organismo.



Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,

porque, como iba diciendo y lo repito,

¡tanta vida y jamás! ¡Y tantos años,

y siempre, mucho siempre, siempre siempre!



1931/32





LA RUEDA DEL HAMBRIENTO


Por entre mis propios dientes salgo humeando,

dando voces, pujando,

bajándome los pantalones...

Váca mi estómago, váca mi yeyuno,

la miseria me saca por entre mis propios dientes,

cogido con un palito por el puño de la camisa.



Una piedra en que sentarme

¿no habrá ahora para mí?

Aún aquella piedra en que tropieza la mujer que ha dado a luz,

la madre del cordero, la causa, la raíz,

¿ésa no habrá ahora para mí?

¡Siquiera aquella otra,

que ha pasado agachándose por mi alma!

Siquiera

la calcárida o la mala (humilde océano)

o la que ya no sirve ni para ser tirada contra el hombre

ésa dádmela ahora para mí!


Siquiera la que hallaren atravesada y sola en un insulto,

ésa dádmela ahora para mí!


Siquiera la torcida y coronada, en que resuena

solamente una vez el andar de las rectas conciencias,

o, al menos, esa otra, que arrojada en digna curva,

va a caer por sí misma,

en profesión de entraña verdadera,

¡ésa dádmela ahora para mí!



Un pedazo de pan, tampoco habrá para mí?

Ya no más he de ser lo que siempre he de ser,

pero dadme

una piedra en que sentarme,

pero dadme,

por favor, un pedazo de pan en que sentarme,

pero dadme

en español

algo, en fin, de beber, de comer, de vivir, de reposarse

y después me iré...

Halló una extraña forma, está muy rota

y sucia mi camisa

y ya no tengo nada, esto es horrendo.



1934/35








*


Quiere y no quiere su color mi pecho,

por cuyas bruscas vías voy, lloro con palo,

trato de ser feliz, lloro en mi mano,

recuerdo, escribo

y remacho una lágrima en mi pómulo.

Quiere su rojo el mal, el bien su rojo enrojecido

por el hacha suspensa,

por el trote del ala a pie volando,

y no quiere y sensiblemente

no quiere aquesto el hombre;

no quiere estar en su alma

acostado, en la sien latidos de asta,

el bimano, el muy bruto, el muy filósofo.

Así, casi no soy, me vengo abajo

desde el arado en que socorro a mi alma

y casi, en proporción, casi enaltézcome.

Que saber por qué tiene la vida este perrazo,

por qué lloro, por qué,

cejón, inhábil, veleidoso, hube nacido

gritando;

saberlo, comprenderlo

al son de un alfabeto competente,

sería padecer por un ingrato.

¡Y no! ¡No! ¡No! ¡Qué ardid, ni paramento!

Congoja, sí, con sí firme y frenético,

coriáceo, rapaz, quiere y no quiere, cielo y pájaro;

congoja, sí, con toda la bragueta.

Contienda entre dos llantos, robo de una sola ventura,

vía indolora en que padezco en chanclos

de la velocidad de andar a ciegas.



1937



*

Tengo un miedo terrible de ser un animal

de blanca nieve, que sostuvo padre

y madre, con su sola circulación venosa,

y que, este día espléndido, solar y arzobispal,

día que representa así a la noche,

linealmente

elude este animal estar contento, respirar

y transformarse y tener plata.



Sería pena grande

que fuera yo tan hombre hasta ese punto.

Un disparate, una premisa ubérrima

a cuyo yugo ocasional sucumbe

el gonce espiritual de mi cintura.

Un disparate... En tanto,

es así, más acá de la cabeza de Dios,

en la tabla de Locke, de Bacon, en el lívido pescuezo

de la bestia, en el hocico del alma.



Y, en lógica aromática,

tengo ese miedo práctico, este día

espléndido, lunar, de ser aquél, éste talvez,

a cuyo olfato huele a muerto el suelo,

el disparate vivo y el disparate muerto.



¡Oh revolcarse, estar, toser, fajarse,

fajarse la doctrina, la sien, de un hombro al otro,

alejarse, llorar, darlo por ocho

o por siete o por seis, por cinco o darlo

por la vida que tiene tres potencias.



1937



*


Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,

de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,

y me viene de lejos un querer

demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,

al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,

a la que llora por el que lloraba,

al rey del vino, al esclavo del agua,

al que ocultóse en su ira,

al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.

Y quiero, por lo tanto, acomodarle

al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;

su luz, al grande; su grandeza, al chico.

Quiero planchar directamente

un pañuelo al que no puede llorar

y, cuando estoy triste o me duele la dicha,

remendar a los niños y a los genios.

Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo

y me urge estar sentado a la diestra del zurdo, y responder al mudo,

tratando de serle útil

en todo lo que puedo y también quiero muchísimo

lavarle al cojo el pie,

y ayudarle a dormir al tuerto próximo.

¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial,

interhumano y parroquial, provecto!

Me viene a pelo,

desde el cimiento, desde la ingle pública,

y, viniendo de lejos, da ganas de besarle

la bufanda al cantor,

y al que sufre, besarle en su sartén,

al sordo, en su rumor craneano, impávido;

al que me da lo que olvidé en mi seno,

en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.

Quiero, para terminar,

cuando estoy al borde célebre de la violencia

o lleno de pecho el corazón, querría

ayudar a reír al que sonríe,

ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,

cuidar a los enfermos enfadándolos,

comprarle al vendedor,

ayudarle a matar al matador -cosa terrible-

y quisiera yo ser bueno conmigo

en todo.



1937

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